Listas, guapas, limpias (fragmento)Anna Pacheco
Listas, guapas, limpias (fragmento)

"Yaiza y yo estamos en la torre de mi abuela comparando el tamaño de nuestros muslos. Yaiza dice que ha engordado, pero yo no se lo noto. También dice que yo soy muy hija de puta porque siempre estoy delgada sin hacer ningún tipo de esfuerzo. Yaiza y yo nos conocemos desde que somos bebés. Hemos sido niñas y adolescentes a la vez. Nos hemos restregado con cojines alargados y peluches cuando no sabíamos que masturbarse era masturbarse. Lo que quiero decir es que siempre hemos estado juntas. Nuestros padres se conocieron de jóvenes en el barrio: frecuentaban discotecas vestidos con pantalones de campana y polos con cocodrilos bordados. A veces salían por el centro y aparentaban ser pijos. Cuando eran jóvenes, el padre de Yaiza, Jacinto, estaba enamorado de mi madre, pero eso no importa. Los amores prescriben y después todo el mundo hace como si nada. Los amores caducan por el bien de una convivencia pacífica. Si no fuera así, el ambiente sería sofocante. Ahora Mariloles está casada con Jacinto y todos somos muy amigos. En verano hacemos sardinadas.
Ahora también es verano y estamos en la torre, el mismo lugar en el que mi madre pasaba los veranos. Transitamos los mismos espacios que nuestros mayores, siendo otras distintas, y cuando ellos se mueren esos espacios adquieren otra dimensión. Los recuerdos se fabrican ahí: donde el ajuar bordado por mi abuela con las iniciales de mi madre, el bikini rayado que se ponía mi madre cuando tenía mi tipo, la figurita en honor al campesino que hay encima de la tele.
Esta casa es la segunda residencia de mi abuela, opción de veraneo de las familias como la mía. Antes, las familias trabajaban todo el rato para ahorrar un poco, pagarse un piso en propiedad y, con suerte y si se les daba bien, aspirar a una segunda residencia. Todo el mundo quería su terreno con un huerto y, tal vez, incluso piscina, y luego, automáticamente, te convertías en clase media. Ahora todo es distinto. Tengo veinte años. A mi edad mi madre estaba casándose, yo solo reclamo dinero y estar sola en mi cuarto. Toda mi familia sube a la torre. Lo decimos así, pero en realidad solo hay que ir. La torre está cerca, es periférica, a veinte minutos de Barcelona saliendo por la Meridiana. Está al lado de una floristería cercana al cementerio donde los fines de semana hay coches aparcados en doble fila y familiares preparados para saludar a sus muertos. El día de Todos los Santos se forman largas colas. Pasamos con el Seat Córdoba, conduce mi padre, yo siempre miro por la ventanilla, lo hago así desde hace años. Pienso: «Otro día que esa gente tampoco somos nosotros. Otro día que esos muertos tampoco son los nuestros». "



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